miércoles, 14 de octubre de 2020

EXCURSIONISTAS 1989/90


 
FALTAN POCOS DÍAS PARA QUE QUEDE TERMINADO EL SEGUNDO Y ÚLTIMO TOMO DE "EXCURSIONISTAS Y YO", que también se podrá leer y descargar en forma gratuita. Entretanto, uno por uno, un repaso de los capítulos del Tomo I.     

 Excursio...

Guillermo Tuya se había hecho cargo de la dirección técnica justo antes del octogonal de la temporada anterior y bajo su batuta, el equipo estuvo muy cerca del ascenso. Por lo tanto, continuó al frente del plantel, con la chance de escoger ahora a sus propios jugadores. Se vieron entonces unas cuantas caras nuevas por el Bajo. Corso (All Boys); Iñíguez y Cuartas (Argentino de Quilmes); Laginestra (Chacarita); Oettel (Almagro); Pereyra (San Telmo); Sotelo; Stable (Lugano); y Vlasich (Deportivo Merlo).
Además regresaron otros jugadores que ya habían vestido la casaca albiverde: Corrales Velloso (Alem); El Alí (estuvo en el futbol de Brasil); Goroso -que sólo había actuado en las inferiores- (Luján); Mezher (Comunicaciones) y Seria (Argentino de Quilmes).
Otro nutrido grupo dejó el club:  Abt, Aragón, Cabuche, Chiesa, Cortés, Eckerdt, Adrián García, Lamadrid, Ojeda, Roldán y Romero.
Así como venía sucediendo -con alguna excepción- desde que en 1972 había bajado a la C, Excursionistas volvió a estar prendido en la conversación por el ascenso. Esta vez, sin embargo, nunca calzó el traje de candidato al título. En las primeras diez fechas apenas obtuvo dos triunfos y seis empates, arranque que tempranamente lo marginó de la pelea por el campeonato.
El transcurso del torneo le devolvió la ilusión, gracias a haber levantado un poco la puntería y a la obtención de varios resultados positivos. Dos goleadas, a Midland y Colegiales (ambas por 4 a 0) fueron las victorias más resonantes de la temporada para el equipo de Tuya. Pero estaba claro que si quedaban esperanzas, éstas se basaban en una clasificación para disputar el segundo ascenso, ya que Berazategui se cortó en la punta y consiguió su pasaporte a la B aventajando por seis puntos a Sarmiento.
El Verde, por su parte, terminó séptimo, posición que lo obligó  a eliminarse con Argentino de Rosario. El primer chico se jugó en Newell’s y el local ganó 1 a 0. La revancha, en All Boys, arrojó un empate en un gol, lo que significaba un nuevo revés para un Excursio que aún no conseguía plasmar en la cancha el anhelo de retornar a una divisional que había dejado en 1972.

Y yo...

Sólo un partido vi de Excursionistas esta temporada: el 2 a 0 a Midland. El récord más «negativo» desde que comencé mi camino como hincha del Verde. ¿Motivos? La decepción con Ituzaingó (otra más en la lista), sin dudas, ejerció la influencia mayor. Admito que mi motivación en este período de mi vida, no pasaba por ir a Pampa y Miñones, si bien el interés por seguir la campaña del Verde jamás decreció. Los sábados a las 12, la audición El Ascenso por Tres, de Radio Colonia, era sintonizada puntualmente en la casa de mis abuelos maternos. Una costumbre que tampoco solía fallar era la adquisición de la Sólo Fútbol, a principio de semana. Así, trataba de mantenerme informado de todo lo que ocurría en Excursio, en el ascenso y en el fútbol en general.
Más allá del desencanto causado por tantas finales perdidas, el alejamiento de los estadios de ascenso se daba porque comenzaba a tener la cabeza ocupada en otros asuntos propios de los 17 años: el viaje de egresados, las primeras salidas, el fin de la secundaria, la elección del sitio dónde continuaría mis estudios. Esta última cuestión ya la tenía claramente resuelta: seguiría la carrera de periodismo especializado en deportes.
A fines de los 80, uno de las pocos establecimientos dedicados a esto era la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos, sita en Rodríguez Peña y Tucumán. Allí me inscribí, sabiendo además, que en marzo del ‘90, tendría dar un examen de ingreso, considerando que el cupo era limitado. Por entonces, la Escuela contaba con un único turno: de lunes a viernes desde las seis de la tarde hasta -aproximadamente- las nueve de la noche.  
En enero, gracias a la invitación de mi amigo Javier, pasé unos días en Miramar. Fueron mis primeras vacaciones «no en familia». A principio del mes siguiente, volví a Miramar, pero esta vez, al campamento El Duranzo. Este tramo del verano transcurrió en carpa y con otro grupo de chicos. Pero tanto con Javier como con ellos, teníamos un origen en común: la comunidad judía Benei Tikvá, del barrio de Belgrano.
A mi regreso a Buenos Aires, me aboqué a preparar el examen de ingreso al Círculo, que constaría de tres ítems: Redacción, Lógica y Deportes. Para Lógica estudié usando como base un libro que debí comprar. En Deportes, el temario giraría alrededor de los acontecimientos de la última década, para lo cual anoté cada detalle utilizando la colección de El Gráfico de mi tío Andrés. En cuanto a Redacción, no recuerdo si practiqué escribiendo algún texto, o directamente no hice ningún preparativo.
En la fecha estipulada me presenté, deduzco, que con los nervios y la inseguridad propia de este tipo de situaciones. Un par de semanas después, fui a buscar los resultados, que estaban pegados en una cartelera del hall de entrada. Me fijé en la lista de los aprobados y efectivamente, allí estaba mi apellido. ¡Entré! Ese logro me hizo sentir realmente muy dichoso.
Aquella enorme alegría pronto le cedió paso a la responsabilidad que implicaba el inicio de una etapa completamente diferente en mi vida. Las clases empezaron en abril. Por otra parte, me había anotado también en el Ciclo Básico Común de la UBA, con la idea de estudiar Veterinaria. Y durante varios meses traté de seguir las dos carreras juntas. El CBC lo hacía en la sede de Luis María Drago, adonde concurría dos o tres veces a la semana. Esta carrera era pública y por ende, gratuita, pero tenía varias desventajas: había que levantarse a las seis de la mañana, los temas de examen eran muy largos y complejos, ni la organización ni las comodidades de la sede eran las más adecuadas y, acaso lo más importante, empezaba a darme cuenta de que lo que  apasionaba era el periodismo.  
En la primera clase del Círculo, un profesor invitó a los alumnos a que nos presentáramos, lo que incluía, decir el club preferido. Cuando llegó mi turno, sin gran entusiasmo deslicé el poco original: «De Boca». Segundos después, un compañero dijo «Defensores de Belgrano». Al escuchar esta especie de afrenta no logré contenerme y añadí: «Y yo soy de Excursionistas».
Por timidez, no había expresado lo que realmente sentía, pero bastó que este muchacho llamado Marcelo Fernández confesara su condición de hincha rojinegro sin tapujos, para yo no me quedara atrás. Esta situación generó sonrisas en el aula. Nacía una versión del clásico del Bajo también en ámbitos del Círculo de Periodistas Deportivos. La mecha del folclore futbolístico se encendió de inmediato. Pero la rivalidad no impidió la amistad. Chicanas al margen, y avivada por nuestra identificación para con el ascenso, entablamos una excelente relación con Marcelo. Relación amistosa que perdura hasta el día de hoy.

Un dato de color

 
Fruto de las divisiones inferiores, Marcelo Carrasco venía jugando desde 1981 en la primera. Así, llegó a construir una trayectoria de 201 partidos, marca máxima de un futbolista de Excursionistas para la década del 80. Y eso, que dio la ventaja de no actuarentre  agosto del ‘85 y octubre del ‘86, al principio, por una lesión y luego por un tema personal. «Sufrí un desgarro y el médico del club decía que no era nada. Jugué un montón de partidos con esa lesión sin saber lo que tenía. Un día no pude más y paré. No quise ir más. Pero al tiempo, cuando fui a buscar el pase, ya estaba el Nene Gómez y me propusieron quedarme. Y seguí», declaró en el libro «Excursio, una historia de Amor y Aguante».
No obstante, en esta temporada (la 1989/90), el «Cheto» ya no volvió a jugar en el CAE ni en ningún otro club, a pesar de que nada más tenía 26 años.
En este mismo libro argumentó razones como cumplimiento de ciclo y desgaste, en función de tanto discutir de plata con los dirigentes, por causas que incluso se extendían a sus compañeros,ya que él representaba al plantel  a la hora de conversar por los premios.
Un tiempo después, Carrasco trabajó como preparador físico de las inferiores y tuvo la intención de volver a jugar, cosa que lo motivó a entrenarse pensando en fichar en la temporada 1997/98. Para desilusión del corajudo volante, el técnico Daniel Messina no lo tuvo en cuenta, anécdota que de ninguna manera empaña su  irreprochable carrera en el club todo lo que el «Cheto» dio por la casaca albiverde.         
         
Y una anécdota personal   

Un mundo se abrió ante mis ojos en abril de 1990. El comienzo del ciclo lectivo, ahora como estudiante de periodismo y ya no como alumno de la escuela secundaria, me depararía nuevas experiencias y la oportunidad de empezar tutearme con el ambiente de los medios de comunicación, circunstancia que no se limitaría a los tres años del curso sino que perduraría por toda una vida.
En función de las vivencias, emociones y anécdotas recogidas en el Círculo podría escribirse un libro entero. Pero sin apartarme de la temática de estas páginas, diré que en aquellos primeros días como estudiante terciario, al conocer a mis compañeros, supe que en un buen porcentaje, sus simpatías apuntaban a clubes del ascenso, aunque sólo Marcelo Fernández, Daniel Angió -seguidor del Sportivo Italiano- Gustavo Requelme -del Deportivo Morón- y yo, los elevábamos al primer nivel en orden de prioridad.
Otros muchachos anteponían a sus equipos de Primera A y además, hacían fuerza por estas instituciones: San Telmo (Ricardo Fioravanti y Esteban Sassi); Laferrere (Jorge Ibarra); Atlanta (Damián Olschansky); Colegiales (los hermanos Guillermo y Pablo Marceca); Los Andes (Daniel Santiago); Almagro (Esteban Bekerman); Talleres de Escalada (Sergio Solei); Comunicaciones (Leonardo Giunta); y Colón de Santa Fe -militaba en el Nacional B- (Oscar Pinetti). Hubo más compañeros y podría haber más cuadros. Este es, simplemente, un pantallazo general.
Más allá de que entre todos sumábamos un número interesante, constituiamos una minoría, a menudo incomprendida y mirada de reojo por los domingueros. De todos modos, esta realidad del aula generaba una fuerte interacción a propósito del querido fútbol de los sábados. Interacción convertida en la semilla que no tardaría en hacer germinar proyectos en común vinculados nuestro ascenso. 

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