Quitarnos de encima la autoexigencia desmedida.
Muchas veces nos sentimos tan observados que tratamos de no equivocarnos, para no quedar en ridículo. Por eso, suele ocurrir que en determinadas situaciones tratemos de no intervenir, para que nadie se dé cuenta de que "estamos ahí". Por ende, no hablamos, no opinamos, no nos movemos… Y si debemos hacerlo por obligación, sufrimos mucho, porque… ¿qué va a pensar la gente de nosotros si hacemos algo mal?
A menudo, lo más probable es que esta sensación tan intensa que tenemos (la seguridad de que "voy a quedar mal delante de gente") solamente esté adentro de nuestra mente. Pero en realidad, todas esas cosas terribles que nos estamos imaginando, no suceden y nunca van a suceder.
¿Qué van a decir de mí? Es tanto el temor que nos provoca este pensamiento que termina paralizándonos, incluso, a la hora de desarrollar los talentos que tenemos. Estar demasiado pendientes de lo que los demás opinarán de nosotros no es bueno.
Deberíamos tratar de que vaya disminuyendo la presión que nos lleva a querer hacer todo perfecto, para no quedar mal con nadie. ¿Cómo? Tomándonos un minuto para pensar y así darnos cuenta de que ser perfectos es imposible. Que si nos fallamos, no es grave. Y que es mejor hacer y equivocarse, que no hacer…
Nuestro Creador nos dio habilidades. La idea es que reconozcamos cuáles son y que las pongamos en práctica. Pero el Señor no nos exige que lo hagamos sin jamás cometer una equivocación. Entonces, sin dejar de confiar en Él, tampoco seamos tan severos con nosotros mismos.
Un sustento bíblico:
"Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado." (Isaías 26:3).
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