viernes, 21 de octubre de 2022

PERMÍTANME ESTA REFLEXIÓN

LA LUZ ROJA

Parado en una esquina, el hijo del vecino (*) observó como mucha gente cruzaba la calle mientras el semáforo estaba en rojo. Lo hacían los peatones, pero los automovilistas (aunque no siempre), sí eran respetuosos. El hijo del vecino se preguntó: ¿Por qué un comportamiento tan diferente?

Hay leyes que por lo general no se cumplen. El semáforo es un buen ejemplo. Mientras el automovilista tiende a cumplir, el ciudadano de a pie no lo hace. La referencia es a las calles tranquilas, donde pareciera no haber peligro de que un vehículo embista al que cruza.

“¿Son más respetuosos los automovilistas que los peatones?”, volvió a preguntarse el hijo del vecino. De modo instantáneo, se contestó: no lo son, solo que los controles y las leyes son más rigurosas para unos que para otros. Podría haber fuertes multas para un conductor que ignore un semáforo. Pero “no pasa nada” para quien pase caminando. Eso sí: cuando el conductor se convierte en peatón, lo más probable es que se olvide de esta regla vial.

Este sencillo ejemplo demuestra que el ser humano es desobediente por naturaleza. En su ADN anida la transgresión. Sólo acatará una norma si es forzado a hacerlo. Pero si puede evadirla sin ningún costo, lo hará. El hombre es proclive a rebelarse ante una autoridad, en la calle, en la escuela y hasta en el hogar. Si cree que su desobediencia no implica ningún riesgo, es muy probable que la cometa.

Para que las personas convivan en armonía, nuestro Creador también estableció normas. Al ignorarlo a Él, mucha gente tampoco hace caso a ellas. Tal vez entiendan que esta desobediencia no tenga costo. Sin embargo, en algún momento tendremos que presentarnos ante Él. Dios no desea castigar, pero como Su justicia es perfecta, no permitirá que la transgresión quede impune. Entonces, quiérase o no, también Su juicio llegará.

Dice la Biblia: (Dijo Yeshúa –Jesús-): Pero yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de toda palabra ociosa que hayan pronunciado. Mateo 12:36.

(*) El “hijo de vecino” podrías ser vos, yo, o cualquier hijo de vecino.



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