El hijo del vecino (*) recordó que en su país, años
atrás, numerosas personas habían sido juzgadas y encarceladas por haber
cometido secuestros, torturas y asesinatos, con el agravante de que esa gente
que torturó y mató, formaba parte de un gobierno. Años después de estar presos,
otro gobierno dictó una amnistía, o sea, les concedió el perdón. Gracias a esto,
los transgresores que debían pagar sus condenas, inesperadamente pudieron salir
de la cárcel. Esta medida, indignó a muchos ciudadanos que no estaban de
acuerdo con que los que habían violado la ley, estuvieran del lado de los que sí
las habían cumplido.
En el mundo, los reglamentos de una nación son
juzgados por personas de carne y hueso. Esa justicia, la de los hombres, es muy
cambiante y está tremendamente cuestionada. Tanto sus errores como su nivel de
corrupción, llevan al hombre a equivocarse de manera constante. Por lo tanto,
también falla su justicia.
El creador del Universo también dictó leyes. Pero en
este caso, Él es perfecto y por eso, Su justicia no falla. El hecho de no cumplir
la ley se llama pecado y el pecador, debe ser condenado. Pero, ¿quién es el que
está libre de pecado? Absolutamente nadie. En base a esto, todos vamos camino a
una “cárcel” eterna. El Señor nos ama y no quiso que esto ocurriera. La
solución llegó a través de Su hijo Yeshúa (Jesús), a quien envió para que se
hiciera cargo de nuestras transgresiones. El Mesías cumplió esa misión y
nuestros pecados ya han sido pagados. Ahora también gozamos de una amnistía, que
no merecíamos. Dios nos la ofrece pero nosotros tenemos que tomarla. Si en vez
de hacerlo la ignoramos o la rechazamos, ¿cómo nos dará ese perdón con el cual
quiere salvarnos? Ni por imposición ni por decreto. El único modo, es que
nosotros dejemos de lado el orgullo, demos un paso de fe y de corazón, la
recibamos.
Dice la Biblia:
(Dijo Yeshúa –Jesús): Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra. Juan 8:7.
(*) El hijo del vecino podrías ser vos o yo. O cualquier hijo de vecino.
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