Detenernos a tiempo, si a alguien perjudicamos
Cuanto más conozco a los seres humanos, más quiero a los animales… Escuché esta frase, salida de boca de un hombre que, probablemente, estaba cansado de saber acerca de la corrupción en la cual estaba sumido el sistema en el que vivimos. Tal vez, al margen de los problemas generales, este hombre debía también enfrentar dificultades con personas que componían su propio entorno. No obstante, tengo la sensación de que no reparaba en que había gente que podría pensar lo mismo, pero a la inversa, poniéndolo como ejemplo a él, de tener una conducta reprochable. Y esto vale para todos, porque ciertamente estamos muy atentos a la hora de poner el acento sobre el defecto ajeno, pero muy lejos de la autocrítica. Nos resulta fácil ver lo mal que hacen las cosas los demás, sin tener en cuenta que nosotros, con nuestro proceder, también podríamos estar causándole un mal al prójimo.
¿Y si en lugar de victimizarnos nos detuviéramos a analizar en qué podríamos mejorar en nuestro trato con quienes nos rodean? Desde luego, será más cómodo pensar en el otro cuando haya que dirigir una crítica hacia él. Pero si antes de actuar o de decir algo, dejáramos de hacerlo, en caso de que esta acción resultara perjudicial para un tercero, ¿cuántas cosas cambiarían en el mundo? Con sólo este pequeño-gran aporte de cada uno, el planeta que habitamos podría ser muy distinto, aunque está claro que mientras vivamos en esta tierra, esto será sólo una ilusión, ya que a la humanidad, por sus propias fuerzas, y dándole la espalda a su Creador –tal cual es su estado actual-, no le resulta posible vencer al egoísmo que la domina.
Un sustento bíblico:
(Dijo Yeshúa) Y si tú tienes un tronco en tu propio ojo, ¿cómo puedes decirle a tu hermano: “Déjame sacarte la astilla que tienes en el ojo”? ¡Hipócrita!, saca primero el tronco de tu propio ojo, y así podrás ver bien para sacar la astilla que tiene tu hermano en el suyo. Mateo 7: 4-5.
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