En este camino que es la vida, se presentan grandes
contrastes. Si bien existen hermosos paisajes que nos motivan a andar por la
senda con alegría, además hay obstáculos que la entorpecen y no permiten que
caminemos en paz. Malas maniobras de quienes transitan cerca de nosotros nos
complican. Pero también, son nuestras propias equivocaciones las que ponen en
peligro a los demás y a nosotros mismos. Muchos de esos errores, se producen
porque nos negamos a reconocer que el camino por el cual vamos, fue trazado por
alguien que no sólo hizo esto, sino que aparte, nos dio instrucciones de cómo
viajar por él. Ese alguien es el Señor y a esas instrucciones se las puede
encontrar fácilmente en las Escrituras.
A menudo, las equivocaciones que solemos cometer
tienen un nombre concreto: Dios las llama pecado. Y el más grande de esos
pecados, justamente, es intentar atravesarlo como si el camino estuviera
delante de nosotros por casualidad, como si no tuviera un Creador que lo diseñó
sabiamente. El hecho de ignorarlo a Él y a Sus leyes y enseñanzas, provoca que
se transforme en un caos lo que tendría que ser una marcha mucho más placentera
y que un bello paisaje se vea convertido en un panorama oscuro y tenebroso.
Junto a estas leyes y enseñanzas, el que trazó la
ruta también nos dejó dicho que al final de la misma, nos encontraremos con Él.
Pero si durante el recorrido lo hemos desechado y no nos interesó recibir el
perdón que nos ofreció, tampoco nos espera una eternidad junto a Dios sino un
sitio donde deberemos estar apartados de Él para siempre.
Un sustento bíblico:
El que camina en integridad anda confiado; mas el
que pervierte sus caminos será quebrantado. Proverbios 10:9.
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