viernes, 16 de julio de 2021

PERMÍTANME ESTE CONSEJITO

Entender que ninguno es bueno.

Hace un tiempo, un conocido me decía acerca del reciente fallecimiento de otro conocido, algo así como que el hombre que acababa de morir estaría en el cielo. Entiendo que el único fundamento en el que se apoyaba su opinión, era el hecho de que había sido una muy buena persona. Y, efectivamente, este hombre lo era… pero desde la perspectiva humana.

También yo me había formado la misma idea durante gran parte de mi vida: el que hace cosas buenas irá al cielo. Sin embargo, ¿de dónde sale este fundamento? Una vez que deposité mi interés sobre el tema, comprendí que a los ojos de Dios, nadie ha cumplido, cumple, ni cumplirá con los requisitos exigidos para tener derecho a entrar en Su presencia. Por más que uno no haya robado ni matado, por más que sus semejantes lo vean como “un gran tipo”, ni siquiera la mejor persona del mundo se encuentra habilitada porque nadie está exento de pecado (este término del que tantos se ríen). El sólo hecho de haber pronunciado una mentira, de haber tenido un pensamiento egoísta, de envida o de celos, en algún momento de nuestras vidas, ya nos hace pecadores. ¿Quién, por más esfuerzos que haga, podrá ser tan santo como para cumplir con estos requisitos?

Ignoro en qué momento de la historia se haya empezado a decir que para ir al cielo basta con ser buena persona. Quizás quienes echaron a rodar estas ideas se hayan basado en opiniones personales, porque si lo hicieron poniendo a los textos bíblicos como sustento, cabe aclarar que la Biblia nada de esto indica, ya que de acuerdos a la visión de su autor, Dios, todos somos pecadores y estamos destituidos de la posibilidad de compartir la gloria con Él. 

Ningún esfuerzo para ganarnos el cielo con nuestros recursos es válido, simplemente, porque no lo lograremos. Sólo existe algo que sí nos lo permitirá: aceptar por la fe, que Su hijo Yeshúa (Jesús),  cuyo significado es Salvación, el único que jamás pecó, entregó su vida por los pecadores de todas las épocas. Él pagó nuestra deuda con su vida. Sólo gracias a esta acción, a su muerte y a su resurrección, el cielo es posible para nosotros.

Un sustento bíblico:

No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo! (Romanos 3:12b).


 

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PERMÍTANME ESTA REFLEXIÓN

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