Creer en que nuestra debilidad puede conducirnos a una gran verdad.
Hace aproximadamente diez años, atravesaba un mal momento personal. Agobiado por miedos que a cualquiera le podrían llegar a parecer ridículos, mi vida iba en dirección equivocada, mientras grandes preguntas existenciales me acosaban: ¿Qué es el ser humano? ¿Dios existe? ¿Para qué estamos en esta tierra? ¿Qué hay después de la muerte? Este último interrogante me golpeaba con dureza. Y fue necesario pasar por una instancia puntual muy traumática para comenzar a salir de ese pozo de oscuridad. Increíblemente, se convirtieron en grandes aliados aquellos miedos “injustificados” que sentía. ¿Quién podría estar aterrado por padecer unas simples hemorroides? ¿A quién podría darle pánico tener que hacerse un estudio médico muy común, llamado colonoscopía? Seguramente, no a mucha gente, si bien, un hipocondríaco, sí podría entenderlo.
Ese temor irracional provocó que una tarde de verano, pidiera ayuda, creo, donde jamás lo hubiera esperado. Mi estado mental era muy difícil de sobrellevar. Y en mi pensamiento, clamé: “Jesús, ayudame”. Mi familia me había hablado de Él pero nunca presté demasiada atención. Si hasta tenía una Biblia que por años “durmió” en el cajón de mi mesita de luz. Cuando pedí ese desesperado socorro, nunca lo hice con la convicción de que se presentaría una solución tan rápidamente. Es más, arrojé esa frase desprovista de grandes expectativas… Sin embargo, en cuestión de minutos, sentí una paz sorprendente. La angustia y el miedo, habían desaparecido. Los pensamientos negativos le cedían su lugar a una apacible y alegre tarde en familia. El socorro, claramente, no había venido desde mi interior, era la ayuda de Alguien que estaba esperando que yo diera ese paso, para tenderme la mano. Tracé entonces una línea demarcatoria en mi vida, que sin dudas tiene un antes y un después de este episodio. Ese mismo día, saqué la Biblia de la mesita de luz. El tiempo, su lectura y su estudio, fueron haciéndome recapacitar sobre muchas cosas, por ejemplo, aquellos interrogantes que me desvelaban. Pero además tuve la noción de qué es el pecado, un tema que antes nunca me había tomado en serio, pero que, según más adelante entendí, es de fundamental importancia en todo este asunto.
También fui comprendiendo que el Jesús al cual había llamado en mi desesperación, era judío igual que yo, y que su nombre en original –en hebreo- es Yeshúa, que significa Salvación. Que en su paso por la tierra, nació como judío, en un hogar judío, celebró las fiestas judías, respetó y enseñó la Torá, murió en sacrificio por los pecados de la humanidad y finalmente resucitó. Quizás nunca hubiese creído todo esto, si no hubiera tenido aquella experiencia sobrenatural, a la cual llegué, paradójicamente, gracias a la debilidad que me provocaba un miedo irracional.
Un sustento bíblico:
Pero el Señor me ha dicho: “Mi amor es todo lo que necesitas; pues mi poder se muestra plenamente en la debilidad.» Así que prefiero gloriarme de ser débil, para que repose sobre mí el poder del Mesías”. 2 Corintios 12:9.
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