EL CIELO
Durante un cumpleaños familiar, a la hora del brindis, el hijo del vecino (*), levantó la copa y, acordándose de un pariente fallecido, dijo en voz alta: “Para él, que nos mira desde el cielo”. Paradójicamente, el hijo del vecino afirmaba no creer en Dios.
¿Cuántas veces hemos oído la frase “besos al cielo”? La suele pronunciar gente que recuerda a un ser querido que ha muerto. ¿Cuántas veces escuchamos a alguien decir que tal persona está en el cielo? ¿Cuántas veces, alguien dice que es allí donde irá al dejar este mundo? Lo curioso, es que en ciertas oportunidades, la misma gente declara no ser creyente: afirman que no creen ni en Dios ni en una Biblia cuyos escritos han sido inspirados por Dios... Sin embargo, el “Cielo” es un concepto que, precisamente, sale de la Biblia.
Algunas personas que se refieren al “Cielo”, dicen no tener fe y otros hasta la menosprecian. Sin embargo, ¿qué dato científico tenemos de que el Cielo, como hogar de los que ya no están en la tierra, efectivamente existe? Ninguno. Para hablar del Cielo en los términos descritos líneas arriba, una persona deberá apelar a la fe. Es decir que, sin darse cuenta, estará utilizando una cuota de la misma fe que asegura no tener. Esto confirma lo que dicen las Escrituras: a todos nos ha sido dada una dosis de fe por nuestro Creador. Luego, como consecuencia del rumbo que cada uno toma, puede pasar que esa fe quede tan relegada, que ni siquiera nos demos cuenta de que continúa allí, como a la espera de ser rescatada del olvido… Pero basta un simple episodio como este, para comprobar que, más allá del trato que cada uno le da a Dios, la fe siempre está disponible en nuestros corazones.
Dice la Biblia:
Porque en virtud de la gracia que me ha sido dada, digo a cada uno de vosotros que no piense más alto de sí que lo que debe pensar, sino que piense con buen juicio, según la medida de fe que Dios ha distribuido a cada uno. Romanos 12:3, LBLA.
EL NIÑO CAPRICHOSO
El hijo del vecino (*) tiene un pequeño niño caprichoso. Si va demasiado lejos, él lo detiene con esta frase: “Por más que quieras hacer lo que se te da la gana, en esta casa mandan papá y mamá, que son los que saben”.
Vivimos en el Universo de Dios y por lo tanto Él puso las reglas. Además de haber diseñado este mundo y de habernos creado, dictó leyes cuyo cumplimiento son para nuestro beneficio. Si en nuestra rebeldía las ignoramos y lo rechazamos a Él, sería ilógico que nos abra la puerta de Su morada celestial cuando dejemos este mundo. Más ilógico todavía, suena que intentemos meternos por nuestros propios méritos, sólo porque pensamos que en la vida fuimos “buenas personas”. La vara de medir de Dios no es la del ser humano. Y, lamentablemente para algunos, los que decidimos quién entra, no somos nosotros. Tal vez nunca matamos ni robamos. Quizás le dimos dinero a quién no tenía comida. Pero eso no basta. ¿Quién no mintió, no engañó? ¿Quién no envidió ni codició? ¿Quién no peleó por dinero? ¿Quién ama al prójimo como a sí mismo? ¿Quién pone a Dios por sobre todas las cosas? Está claro que nadie puede cumplir con estas altísimas exigencias, acordes a la santidad que reina en Su eterna morada.
Dios lo sabe. Aunque somos pecadores, nos ama. Pero no acepta el pecado y en Su perfecta justicia, jamás declararía inocente al culpable. Nuestras almas, frente a este principio, no podrían evitar la condena. Sin embargo, Él lo solucionó. ¿Cómo? Haciendo que Su Hijo pagara la pena que merecemos nosotros. Por la humanidad, Yeshúa (Jesús) sufrió el castigo en un madero. Murió para salvarnos y luego resucitó. Lo hizo con el fin de pagar deudas que nos corresponden a nosotros. Este, es el regalo que Dios quiere entregarnos y que así nuestras almas descansen en paz eternamente. Ahora, la decisión es de cada uno. Hay dos opciones. ¿Qué hacemos con ese regalo? El que lo acepte gozará del amor, el perdón y grandes bendiciones provenientes de nuestro Creador. El que lo rechace, también quedará para siempre lejos del Cielo.
Dice la Biblia:
El Señor su Dios es compasivo y misericordioso. Si ustedes se vuelven a él, jamás los abandonará. 2 Crónicas 30:9b.
(*) Acá o en cualquier rincón del mundo… El “hijo del vecino” podrías ser vos, yo, o cualquier hijo de vecino.
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