“Quisiera creer, pero no tengo fe”
He escuchado frases como esta de manera frecuente. Incluso yo mismo,
muchos años atrás, pude haber pensado así. Sin embargo, todos venimos a esta tierra
con una dosis de fe. Las circunstancias de la vida y el mundo que nos rodea
pueden hacer que esta fe aumente, o que disminuya hasta pasar casi inadvertida.
Pero también, puede resurgir si ponemos empeño en esa tarea y, aún con la poca
o nula fe que decimos tener, nos dirigimos a Dios para que nos ayude a
reconquistar este valor tan menospreciado en un sistema donde por encima de lo
espiritual, gobierna lo material y lo superficial. Si creyéramos que nuestra
falta de fe no tiene remedio, probemos con confiarle el problema a Dios, porque
en Él -no en nosotros- reside el poder para hacer posible lo imposible.
El Señor se agrada de los que con fe lo buscan. Por lo tanto, también
espera que con humildad nos acerquemos a Él, para tendernos esa mano que anhela
darnos.
Un sustento bíblico:
Porque me has visto, has creído -le dijo Yeshúa (Jesús)-; dichosos los
que no han visto y sin embargo creen.
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