¡QUÉ ORGULLO!
En el idioma español,
hay diferentes significados para la palabra orgullo. Podemos sentirnos
orgullosos de un ser querido o de algo que hayamos hecho nosotros, y eso está
muy bien. Pero el orgullo también se puede aplicar como sinónimo de vanidad, de
soberbia, de arrogancia. Es aquí cuando adquiere connotaciones negativas. Dicho
de una manera más fácil, el orgullo “malo” aparece cuando nos negamos a aceptar
que podemos estar equivocados y a darle la razón a otra persona. O, como se
dice comúnmente, cuando no queremos dar el brazo a torcer.
Visto, así, aunque
parezca un mal menor, el orgullo es uno de los problemas más graves del ser
humano, tanto, que al no poder solucionarlo, lo ha conducido hacia el caos. Que
el mundo esté como está, en gran parte, se debe al orgullo de sus gobernantes. Sin
embargo, a nivel individual también somos víctimas del orgullo, que con su
poder devastador destruye amistades, matrimonios, relaciones entre padres e
hijos, familias y en consecuencia, sociedades enteras.
Dios califica al
orgullo como uno de nuestros grandes pecados. Y en muchísimos casos, es el
orgullo, precisamente, lo que aleja a la gente de nuestro Creador, pues negándonos
a admitir Su superioridad, Su autoridad, no nos cansamos de de ignorarlo,
desoírlo y rechazarlo. El mundo así lo ha hecho y las consecuencias, a la vista
están.
El orgullo es un pecado
que puede llevarnos a la ruina. En el trato con Dios y con quienes nos rodean,
suele ser muy difícil “dar el brazo a torcer”, y tener la humildad de admitir nuestras
equivocaciones. Pero si reconocemos que el orgullo habita en nosotros, también seremos
capaces de combatirlo y reducirlo. Y para eso, como para todo, la ayuda del Señor
está siempre disponible.
Un sustento bíblico:
Al fracaso lo precede
la soberbia humana; a los honores los precede la humildad. Proverbios 18:12.
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