UNA PREGUNTA “DESCONCERTANTE”
El hijo del vecino (*) está aprendiendo a
caminar. De a poco, va dejando de gatear y se anima a pararse. Luego da un
pasito y se cae. Se levanta, da dos pasos más y vuelve a caerse. De vez en
cuando llora y pide que sus papás lo alcen. También quiere que le traigan un
autito apoyado a varios metros de distancia. Ellos están felices, aunque no le
dan el gusto, porque saben que si lo levantan o le alcanzan el juguete, al nene
le costará más aprender. Los padres sufren si deben decirle que “no”, pero
entienden que su hijo, a veces debe golpearse para progresar, y disfrutan
cuando ven que mejora en su aprendizaje. En su pequeña cabecita, en cambio, el
bebé quizás no consiga explicarse el motivo de un comportamiento tan “malvado” de sus
papás. Pero ellos lo aman. ¿Qué duda cabe de eso?
La Palabra de Dios indica que fuimos hechos a
Su imagen y semejanza. No es nada extraño, por ende, que la manera de educar a
nuestros hijos tenga una conexión muy estrecha con el modo en que Dios trata
con nosotros. Nuestro paso por la vida incluye golpes. No cómo los que se da el
hijo del vecino. Pero al igual que el niño, muchas veces nos preguntamos
desconcertados: ¿por qué, si Dios está tan cerca como dice, no hizo nada para
evitarlo? ¿Por qué no me ayudó? ¿Por qué permitió que esto pasara? Si
consideramos este ejemplo, la explicación está muy clara.
Para entenderlo mejor todavía, hay que lograr
reconocer que tenemos un Padre que todo lo sabe, que todo lo ve, que todo lo
entiende. También, aceptar que de Él depende cada paso que damos. Él prometió
ayudarnos aquí en la tierra y llevarnos con Él por toda la eternidad si no lo
rechazamos. Pero así como el pequeño niño no puede hacer mucho sin sus padres,
tampoco nosotros, iremos muy lejos, si pretendemos apartarnos de nuestro
Creador.
Dice la Biblia: Porque yo soy el Señor, tu
Dios, que sostiene tu mano derecha; yo soy quien te dice: “No temas, yo te
ayudaré”. Isaías 41:13.
(*) El hijo del vecino podrías ser vos o yo. O
cualquier hijo de vecino.
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