DURADERO Y NO SUPERFICIAL.
Si una persona está en graves problemas y –como último recurso- busca a Dios para que los arregle en un abrir y cerrar de ojos, es posible que se quede con las ganas. Es que el Señor –más allá de su condición de todopoderoso- nunca prometió soluciones mágicas. En cambio, por lo general las bendiciones llegan como resultado de una perseverante búsqueda en el camino de la fe. Mucha gente no está dispuesta a esperar, o sea, a invertir parte de su tiempo para conseguir un bienestar que vislumbra muy lejano o inalcanzable.
Por eso, en el mundo tienen éxito el alcohol y las drogas, que producen un veloz estado de satisfacción. Por eso, reina el consumo, porque comprar y comprar, puede dar un dulce efecto, capaz de vencer por un rato la frustración que causa una vida con dificultades. Pero así como el impacto causado por las drogas y el alcohol tienen vencimiento muy próximo, también el consumo implica que una vez que se termina el sabor de lo nuevo, es necesario ir por más, para que no vuelva la amarga sensación de no tener nada en qué entretenernos.
Dios propone algo distinto. No tiene que ver con el placer inmediato y superficial, pero sí con una relación que más allá de alegrías o tristezas circunstanciales, significa entrar en un estado de felicidad duradera. Tan duradera, que no se limita a nuestro paso por la tierra, sino que se extiende por toda la eternidad.
Un sustento bíblico:
Pon en manos del Señor todas tus obras, y tus proyectos se cumplirán. Proverbios 16:3.
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