“¿DE QUÉ ME ACUSAN?”
“Yo no maté, nunca me quedé con algo ajeno, les di dinero a los
pobres, ayudé a los necesitados... Me considero una buena persona. ¿Por qué
quieren acusarme de pecador cuando no lo soy?” Este
pensamiento lo tiene bastante gente y a partir del punto de vista humano es
correcto. Sin embargo, aquí, lo que vale es lo que opina el Creador del
Universo y no lo que nos parece a nosotros.
Dios entregó un mensaje sobre lo que pretende
de Su criatura amada. Este mensaje está muy claro en las Escrituras y no se
limita a tener en cuenta los buenos actos que entendemos que hicimos. Con solo repasar
los Diez Mandamientos, es posible comprobar que el Señor ve con muy malos ojos
la mentira, la codicia, el egoísmo, la infidelidad… ¿Quién
puede considerarse limpio de pecado ante este panorama?
Aquel que al menos una vez en su vida haya
caído en ellos, ya es considerado transgresor de las reglas divinas. Pero aún
hay más. En su mensaje el Señor deja en claro el deber más importante de todo hombre:
amarlo por sobre todas las cosas y amar al prójimo como a uno mismo. Frente a
semejante demanda, ¿quién puede entender que cumple con lo exigido por nuestro
Creador? Cómo se ve, no hay nadie que de acuerdo a Sus mandatos, esté en regla
con Dios.
Quizás alguien diga que son exigencias muy altas.
Por supuesto que lo son… Pero lo bueno es que el Señor también esto lo
comprende. Y en respuesta a esto, porque Él no quiere que nadie se pierda, es
que entregó a Su propio hijo en sustitución por la desobediencia humana. Con Su
sacrificio, Yeshúa (Jesús) libera de la pena que merecen, a todos los aceptan Su
obra redentora. La persona que, reconociéndose pecadora, lo crea de esta manera,
habrá dado un paso decisivo para que su alma vaya a ese lugar santo que es el Cielo.
El que prefiera seguir su camino como si nada pasara, algún día también
confirmará que su alma quedará apartada de allí eternamente.
Un sustento bíblico:
“Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con
todo tu ser y con toda tu mente” —le respondió Yeshúa (Jesús)—. Este es el
primero y el más importante de los mandamientos. El segundo se parece a este:
“Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Mateo 22:37-38.
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