viernes, 21 de enero de 2022

PERMÍTANME ESTA REFLEXIÓN

La búsqueda de Justicia.

Hay personas que con satisfacción admiten su condición de creyentes y afirman: “Dios es amor”. Pero, ¿de dónde proviene la famosa y tan conocida expresión “Dios es amor”? Ni más ni menos que de la Biblia. A lo largo de toda su extensión, este maravilloso concepto es puesto de manifiesto generosamente, unido a más motivos que deberían llenarnos de felicidad: el Señor nos creó, ama a Sus hijos y desea bendecirnos.
Sin embargo, las Escrituras también revelan una parte tan importante como la primera: Dios es amor… y es Justicia. En función de esto último, ha dictado normas que son para cumplir. Y como Su Justicia es perfecta, por más amor que tenga, no nos recibirá en el Cielo si nos desentendemos de las instrucciones que dictó para nuestro beneficio.
Dios es amor. Claro que es verdad. Pero hay gente que entiende que esto los habilita para transgredir Sus leyes sin remordimientos. Muchos ignoran, también, la otra cara de la verdad, y ni siquiera sospechan que con ciertas actividades, cometen pecados que son graves ofensas hacia ese mismo Dios de amor.
El hombre, está comprobado, no ha podido cumplir con el alto nivel de justicia que el Eterno ha establecido. De todos modos, sabiéndolo, Él nos proporcionó la salida para solucionar lo que sería nuestra condenación irremediable. Su Hijo, Yeshúa (Jesús), pagó el precio de nuestro rescate. Con Su sacrificio, el único que no tuvo pecado, nos hizo justos a los que jamás podríamos serlo por nuestras propias fuerzas. Y gracias a esto, el Cielo, ahora es posible para todo aquel que no haga oídos sordos a este trascendental suceso de la historia de la humanidad.

Un sustento bíblico:
Al que no cometió pecado alguno, por nosotros Dios lo trató como pecador, para que en Él recibiéramos la justicia de Dios. 2 Corintios 5:21.



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