El amor que mucha gente siente por los animales es digno de destacar. Tanto es así que como evidencia, está lo que creció el veganismo, un movimiento que respeta sus derechos a tal punto, que ni siquiera el huevo de una gallina utiliza como alimento. Lo llamativo es que este loable amor por la creación de Dios, no puede trasladarse a la propia especie.
Si entre seres humanos, se pudiera poner en práctica ese amor que muchos sienten por los reinos animal y vegetal, no hay dudas de que el mundo sería diferente. Alcanzaría con tratar al prójimo así como nos gustaría que nos traten a nosotros. Bastaría con no hacer cosas que no quisiéramos que nos hagan... Pero está comprobado que el hombre no puede, y que esos pecados que no consigue evitar, están conduciéndolo a la autodestrucción: su orgullo lo aleja de Dios, su egoísmo lo lleva a enemistarse con sus semejantes. En tal estado de rebelión, nunca podrá detener la caída del planeta ni acceder a un lugar junto a Dios después de la muerte física.
Solamente el Señor era capaz de remediar este problema... Y la solución llegó gracias al sacrificio de Su hijo Yeshúa (Jesús), el único que jamás pecó, y cuya muerte redentora sirvió para pagar por los pecados que los hombres no podrían pagar por sí mismos. Aceptar esta solución que Él nos ofrece significa dejar de lado nuestro orgullo, equivale a entregarnos al amor que intenta darnos nuestro padre celestial. Ignorarla, implica seguir en estado de rebelión y alejarse peligrosamente de una eternidad a Su lado.
Un sustento bíblico:
(Dijo Yeshúa –Jesús-): Traten a los demás tal y como quieren que ellos los traten a ustedes. Lucas 6:31 NVI.
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