viernes, 18 de marzo de 2022

PERMÍTANME ESTA REFLEXIÓN

CON FALLAS, PERO FIEL

Abraham fue el hombre que el Señor escogió para fundar una nueva nación. El judaísmo procede de este patriarca y la vasta descendencia que tuvo. Yeshúa (Jesús), el Hijo de Dios, que nació muchas generaciones después, también pertenece a la inmensa familia cuyo iniciador fue Abraham. Miles de años atrás, el Eterno valoró su fe y su obediencia, algo que no era común en el contexto de una cultura pagana que adoraba ídolos y le daba la espalda al Dios creador del Universo. En consecuencia, a Abraham se lo señala como uno de los grandes maestros de la fe. El hecho de haber estado dispuesto a sacrificar a su amado hijo Isaac –algo que el Señor no permitió que sucediera- sería su máxima muestra de fe (Génesis 22: 1-14).

Sin embargo, también falló. Por momentos, el miedo lo venció. Esa fe no siempre se mantuvo firme. A pesar de las promesas de bendición de Dios, en cierta ocasión, al atravesar Egipto y para evitar posibles problemas mintió, haciendo pasar a su esposa Sara por su hermana (Génesis 12: 10-20). El temor a que le sucediera algo malo fue más fuerte que su confianza en el Señor, que reprobó su actitud pero nunca lo apartó de Sus planes, porque sabía que a pesar de sus equivocaciones, por más graves que fueran, su corazón era fiel.

Los grandes personajes bíblicos también fallaron. Como seres humanos, tenían los mismos defectos que nosotros hoy en día. No obstante, el arrepentimiento y la predisposición para no alejarse de Su voluntad a pesar de los pecados cometidos, era lo que Dios valoraba. Y es, precisamente, lo que sigue valorando en nuestros tiempos. No somos perfectos. Él sí. Pero Su perdón no se agota. Y las bendiciones que nos tiene preparadas tampoco, si como hizo Abraham, anhelamos no apartarnos del camino correcto.

Un sustento bíblico:

Vuélvanse a mí, y yo me volveré a ustedes -afirma el Señor Todopoderoso-. Zacarías 1:3b.



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